PLUMA DE ESCRITORES

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Sean todos bienvenidos a - PLUMA DE ESCRITORES - Punto de encuentro con la Literatura de Santa Cruz de Lorica, para el resto del mundo.

ENSAYOS



UNA POESÍA LLAMADA RAÚL

Por Antonio Dumett Sevilla*


Nuestra región Caribe y el Valle del Sinú es un verdadero crisol en el que durante cinco siglos y algo más se han venido amalgamando formas ejemplares de convivencia, signadas por una fecunda mezcla de étnica, religiosa y cultural. Su herencia prehispánica, colonial y, las masivas inmigraciones, así como el paisaje y la biodiversidad permitieron que se produjera un gran desarrollo literario y cultural. Por ello los pueblos, las ciudades y sus espacios han jugado un papel primordial en la expresión de los valores, en la conformación de su identidad y por supuesto, en la producción literaria. Así hoy, sus aguas como el espíritu humano, emprende nuevos cauces de afirmación de la memoria en de uno de los grandes poetas colombianos. Raúl Gómez Jattin, nacido en esta heroica ciudad. Cartagena de Indias el 31 de Mayo de 1945.  Posteriormente su familia se radica en Cereté, en donde Raúl vive su infancia entre los continuos ataques de asma atendidos por su madre Lola Jattin y, la rigurosa educación clasista que le inculcó don Joaquín pablo Gómez, hombre culto y excepcional jurista de la época. Sin embargo, habiendo nacido en Cartagena, Raúl Gómez Jattin afirmaba su sinuanidad. 

“ Nací en Cartagena el 31 de mayo de 1945 pero soy de Cereté (Córdoba), un pueblo en la mitad del valle del Sinú, o Chinú, como dicen los cartageneros…”

“  […] te voy a llevar al cielo
Que es mi valle y sobre todo a mi Cereté del cielo
Un pueblo lindo con una cabellera tenue de nubes
Blancas […]”

“Yo tengo para ti mi buen amigo
Un corazón de mango del Sinú
Oloroso
Genuino
Amable y tierno […]”

Gracias a su padre, Raúl tuvo el privilegio de poder alimentarse de los cásicos, bebió de la poesía francesa que le ofrecieron los poetas malditos; del surrealismo de la primera mitad del S XX, de la generación norteamericana que le ofreció su mejor vino en Walt Whitman y por supuesto, del nadaísmo de los años 60s y 70s. Los nexos que durante su infancia, adolescencia y adultez tuvo con los libros, formaron el acervo cultural y literario que coadyuvó a avivar la flama de aquel don espiritual y creativo que había nacido con él. La poesía.
Durante el periplo de vida que le robó a la muerte, Raúl tuvo muchas facetas por las que transitó brevemente. Fue profesor de historia y geografía en un colegio de bachillerato de Cereté. Llegado el momento se traslada a Bogotá donde comienza a estudiar derecho en la Universidad Externado de Colombia, estudios que alterna con una de sus pasiones, el teatro. Participa como actor en varios montajes, hace adaptaciones de obras literarias que pronto se dan a conocer en la revista literaria Puesto de Combate. Sin haber terminado sus estudios de jurisprudencia, Raúl regresa a su pueblo del Valle del Sinú después de vivir ocho años en Bogotá. La poesía comienza a despertar en él. Lo conturbaba, lo asombraba, necesitaba entonces dejarla fluir. 
Este sublime arte literario de la creación poética encierra dos postulados estéticos conocidos como: “poesía pura y poesía impura”. Para algunos poetas como el epistemólogo y filósofo francés Gastón Bachelard “ La poesía es una metafísica instantánea. En un breve poema, debe dar una visión del universo y el secreto de un alma, un ser y unos objetos, todo al mismo tiempo. Si sigue simplemente el tiempo de la vida, es menos que la vida, sólo puede ser más que la vida inmovilizando la vida, viviendo en el lugar de los hechos la dialéctica de las dichas y de las penas. Y entonces es principio de una simultaneidad esencial en que el ser más disperso, en que el ser más desunido conquista su unidad…” Lo que explica tácitamente el rechazo a lo cotidiano, a lo confeso, a lo prosaico y por supuesto a todos aquellos instantes históricos en la vida del ser. Lo puro puntualiza la ausencia de mezcla, el contacto entre dos diferentes cosas. Por el contrario para el Vate chileno, el nobel Pablo Neruda, la poesía es aquella “amasada con la vida…” lo impuro representaba un renovado concepto en el quehacer poético, una mirada nueva y fresca. Era la ampliación del espectro poético al mundo y sus avatares. Y es en esta línea de la poética impura con la que Gómez Jattin se da a conocer como poeta a mediados de los 80s, traía con él una dosis nadaísta y whitmaniana. Un  diluvio de versos cargados de una excepcional cualidad antiliteraria, irreverente, en algunos lo antirretórico ya antes consolidado por Luis Carlos el “Tuerto” López, que en la mayoría de los casos escandalizaba el círculo poético de entonces. Raúl trasgrede, rompe con la norma negándose a admitir un canon, por lo que su poesía se convierte en algo innovador, donde el poeta regresa a la poesía y desecha la bolsa de siglo litero-burócrata que ofrece el sistema a muchos artistas. La poesía de Gómez Jattin tiene un lenguaje extremadamente directo, en la mayoría de su obra coloquial, desprovista de ostrácicas metáforas y símiles. Lo que facilita que el lector un acercamiento a la poesía. La lectura de toda la obra de Jattin podemos encontrar repetición de temas y una cierta monotonía en el tratamiento del lenguaje. Su necesidad de afirmarse y de afirmar su libertad puede hacer que sus poemas sean a veces meras explosiones de un corazón encarcelado, que no llegan a lograr esta conmoción del lector. No obstante, es el poeta regresando a lo marginal, el ser moviéndose en lo fronterizo que le da poder para tener una mirada crítica frete a los demonios que conturban al ser. Regresa en su poesía a sus raíces caribeñas y mediterráneas. 

“El cacique Zenú
Llegaron los Gómez Fernández Morales y Torralbo
con ese Cristo muerto y amenazante e incomprensible
a cambiarnos la vida las costumbres y la muerte
¿Les iría tan mal en la tierra española que cruzaron el mar 
en sus canoas de vela a venirse a vivir para siempre con nosotros?
A mi parecer son agradables y buenos
pero su Semana Santa es nuestra época florida
y si quieren rezar que lo hagan pero que no quieran
impedirnos que vayamos hasta la ciénaga a buscar 
la hicotea la babilla y el pájaro chavarrí
Me gustan sobre todo los Gómez y los Torralbo
y entre ellos don Tomás de la Cruz Gómez
que aunque era canónigo sabía hablar y reír
Sabía de todo y mucho y no se metía en mis creencias
Desde que lo mataron por revolucionario
-el ejército español- y colocaron su cabeza
en una jaula de hierro a la orilla del río
no he hablado con nadie tan íntimamente como con él
Ojalá que su dios se haya acordado de su alma
Por mi parte yo he rogado a los míos para que cuiden
a don Tomás y lo hagan olvidar lo que sufrió”


Raúl dejo de ser él para convertirse en su poesía, aquella que surgía en las calles donde también deambuló y pernoctó. 

“EL DIOS QUE ADORA

Soy un dios en mi pueblo y mi valle
no porque me adoren sino porque yo lo hago,
porque me inclino ante quien me regala
unas granadillas o una sonrisa de su heredad.
O porque voy donde sus habitantes recios a mendigar una moneda
 o una camisa y me la dan.
Porque vigilo el cielo con ojos de gavilán y lo nombro en mis versos.
Porque soy solo.
Porque dormí siete meses en una mecedora
y cinco en las aceras de una ciudad.
Porque a la riqueza miro de perfil mas no con odio.
Porque amo a quien ama.
Porque sé cultivar naranjos y vegetales aún en la canícula.
Porque tengo un compadre a quien le bauticé todos los hijos y el matrimonio.
Porque no soy bueno de una manera conocida.
Porque no defendí al capital siendo abogado.
Porque amo los pájaros y la lluvia y su intemperie que me lava el alma.
Porque nací en mayo.
Porque sé dar una trompada al hermano ladrón.
Porque mi madre me abandonó cuando precisamente más la necesitaba.
Porque cuando estoy enfermo voy al hospital de caridad.
Porque sobre todo respeto sólo al que lo hace conmigo,
al que trabaja cada día un pan amargo y solitario y disputado
como estos versos míos que le robo a la muerte”


Este estremecedor texto escrito en primera persona del singular (Yo), es uno de los tantos textos poéticos que prueban como el sujeto social se fue convirtiendo en el sujeto poético hasta quedar solo la poesía que se llama Raúl. No desde la comodidad, o de un escritorio o de un aula de clases, sino desde su propia experiencia de vida misma. De aquel Raúl que vivió deambulando en las calles, del Raúl que pasó varias temporadas en clínicas psiquiátricas y el que reflejó en sus textos mucho de odio y resentimiento.

“En las clínicas mentales lo peor son las monjas
mas violentas que agujas hipodérmicas
que la fiebre y la locura
la monja es una energúmena quieta.                 
En las clínicas mentales cuando lloro la monja casi ríe.
Podría decir que la monja no es mala ni es buena
simplemente odia todo lo que se mueve
todo lo que vive todo lo que palpita
todo lo que no sea su Dios muerto”


Pero también del Raúl en el que se mueve un mestizaje, dos mundos. En el que su sangre árabe tiene un puesto privilegiado. Siempre he afirmado que para conocer parte de nuestros comportamientos, costumbres, fenómenos lingüísticos, bromatológicos, religiosos, literarios, incluido el plano de lo supersticioso, sea necesario estudiar a los inmigrantes. Y Raúl Gómez Jattin lo tenía presente en su vida. Reconocía en él su otra mitad. Su otra raíz. La mediterránea, la Oriental. Aquella que aportó en su vida él un fuego milenario, la pasión por el arte y las letras. Dijo alguna vez: “ Soy un poeta como Omar Khayam y el autor de las mil y una noche. Los Jattin vienen de una aldea homónima cercana a Beirut” Sin duda alguna, el siguiente poema es una prueba de reconocerse a sí mismo como un poeta sirio libanés.


“ABUELA ORIENTAL

A esa abuela ensoñada venida de Constantinopla
A esa mujer malvada que me esquilmaba el pan
A ese monstruo mitológico con un vientre crecido
como una calabaza gigante
Yo la odié en niñez
Y sin embargo vuelve en esta noche aciaga con algo de hermosura
Por algo se dice que con el tiempo uno perdona casi todo
Vuelve con sus cicatrices en el alma
de fugada de un harén
con sus “mierda” en árabe y en español
Con su soledad en esos dos idiomas
Y ese vago destello en su espalda de alta espiga de Siria”


De recordar las lecturas que le hacía su padre sobre “Las mil y una noche” y que posteriormente en su obra “Hijos del Tiempo” el poema Scherezada es el hijo que le rinde tributo a su sangre árabe.

“SCHEREZADA

Está enamorada del asesino que la obliga
noche tras noche a exprimir su memoria
de la ancestral leyenda multiforme y extensa
para salvar por un momento su indefensa vida
Y mientras cuenta y cuenta Scherezada
el Califa la besa y acaricia lujurioso
y ella tiene que seguir entreteniéndolo contando
porque el verdugo espera en cada madrugada
Está a merced de quien la oye emocionado
pero no levanta la sentencia a muerte
El artista tiene siempre un mortal enemigo
que lo extenúa en su trabajo interminable
y que cada noche lo perdona y lo ama: él mismo”

 A través de uno de sus hijos poemas se refugia en la madre, el ser  al que Raúl más amó y al que inmortalizó para la posteridad. Quizá el poema más delirante y fuerte que él haya concebido. Reúne la lucidez crítica del poeta. La expresión "más allá", marca los versos de manera contundente, y nos hace viajar a un mundo indefinible de imágenes. He aquí una Missa defunctorum, una elegía. Una carga sentimental demoledora, un tono, un ritmo y una expresión solemne.

Más allá de la noche que titila en la infancia 
 Más allá incluso de mi primer recuerdo 
 Está Lola — mi madre — frente a un escaparate 
 empolvándose el rostro y arreglándose el pelo 
 Tiene ya treinta años de ser hermosa y fuerte 
 y está enamorada de Joaquín Pablo — mi viejo — 
No sabe que en su vientre me oculto para cuando 
 necesite su fuerte vida la fuerza de la mía 
 Más allá de estas lágrimas que corren en mi cara 
 de su dolor inmenso como una puñalada 
 está Lola — la muerta — aún vibrante y viva 
 sentada en un balcón mirando los luceros 
 cuando la brisa de la ciénaga le desarregla 
 el pelo y ella se lo vuelve a peinar 
 con algo de pereza y placer concertados 
 Más allá de este instante que pasó y que no vuelve 
 estoy oculto yo en el fluir de un tiempo 
 que me lleva muy lejos y que ahora presiento 
 Más allá de este verso que me mata en secreto 
 está la vejez — la muerte — el tiempo inacabable 
 cuando los dos recuerdos: el de mi madre y el mío 
 sean sólo un recuerdo solo: este verso

De igual forma observamos en este poema un poderoso tono elevado, un ritmo marcado, grave en lo formal. Ritmo que se torna más fuerte cuando anuncia finalmente que su madre está muerta, al tiempo también de que la muerta, su madre está "vibrante y viva". Haciendo de este ritmo una sublime isotopía entre la muerte y la vida.  Aquí Raúl ya no la recupera frente a un escaparate, sino "sentada en un balcón mirando los luceros", representación mucho más evocativa y profunda. Más que inmortalizar a la madre, es un poema en donde él mismo se redime de sus muchas culpas que tantas veces abofetearon a Lola.  De manera extraordinaria, en los versos que siguen a los tres primeros, Raúl Gómez Jattin, logra utilizar un tono coloquial sin perder la cadencia, y vuelve a retomar el ritmo de los primeros en el noveno verso, con las mismas acentuaciones en las 3ª, 6ª, 10ª y 13ª sílabas, repitiendo la misma estructura. La senda transitada por Gómez Jattin fue una angosta calle con piedras de desesperanzas. Su meta “ser el mejor poeta de Colombia” y a través de su vida y experiencia la historia que es nuestro juez será quién le conceda un puesto entre las grandes letras poéticas de nuestro país. Su poesía es un revelador testimonio de la sociedad en la cual le tocó vivir. Una sociedad carcomida por los afanes, la envidia, la desidia, la avaricia. En la que hoy los siete pecados capitales quedarían en pañales. El 22 de mayo de 1997 la dama blanca y fria le sorprende en Cartagena atropellado por un bus sin que haya sido posible determinar si se trató de un accidente, un suicidio o de un asesinato. Nos lega una obra que aún se sigue estudiando. Poemas (1980), Retratos (1980-1986), Amanecer en el valle del Sinú (1983-1986), Del Amor (1982-1987), Hijos del tiempo, Esplendor de la mariposa (1993), Los poetas, amor mío... (1999) -Libro póstumo-. 
El libro de la locura (2000) -Libro póstumo-.

Podríamos decir ahora que la vida introdujo en la poesía una metáfora viviente llamada Raúl Gómez Jattin.


_____________
* Seudónimo de Yehudah Abraham Dumetz Sevilla, Poeta y escritor colombiano de origen judío sefardí. Miembro del Parlamento Nacional de Escritores, de la Asociación de Escritores de la Costa y de la Tertulia Literaria El Bocachico Letrado.
  FIORILLO, Heriberto. “Arde Raúl” Pág. 30
  OTALVARO SEPÚLVEDA, Rubén. “Yo Raúl” Pág.58
  BACHELARD, Gastón. “Instante poético e Instante metafísico”.

  FIORILLO, Heriberto. “Arde Raúl” Pág. 35




EL MITO DE SÍSIFO
Por Albert Camus*











Título original: Le mythe de Sisyphe 
Traductor: Luis Echávarri   

Índice 
UN RAZONAMIENTO ABSURDO 
Lo absurdo y el suicidio 
Los muros absurdos 
El suicidio filosófico 
La libertad absurda 
EL HOMBRE ABSURDO 
El donjuanismo 
La comedia 
La conquista 
LA CREACIÓN ABSURDA 
Filosofía y novela Kirilov 
La creación sin mañana 
EL MITO DE SÍSIFO 
LA ESPERANZA Y LO ABSURDO EN LA OBRA DE FRANZ KAFKA

A PASCAL PÍA 
"Oh, alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero agota el campo de lo posible." 
Píndaro. III Pítica. 


Puede encontrarse dispersa en el siglo, y no de una filosofía las siguientes páginas tratan de una sensibilidad absurda que  absurda que nuestra época, hablando con propiedad, no ha conocido. Una honradez elemental exige, por lo tanto, que señalemos, desde el principio, lo que estas páginas deben a ciertos autores contemporáneos. Tengo tan poca intención de ocultarlo que se los verá citados y comentados a lo largo de la obra. 
Pero es útil advertir, al mismo tiempo, que lo absurdo, tomado hasta ahora como conclusión, es considerado en este ensayo como un punto de partida. En tal sentido se puede decir que hay algo provisional en mi comentario: la posición que toma no se deja prejuzgar. Aquí sólo se encontrará la descripción, en estado puro, de un mal espiritual. Ninguna metafísica, ninguna creencia interviene en ello por el momento. Tales son los límites y la única postura previa de este libro. 

UN RAZONAMIENTO ABSURDO 

Lo absurdo y el suicidio 
No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Las demás, si el mundo tiene tres dimensiones, si el espíritu tiene nueve o doce categorías, vienen a continuación. Se trata de juegos; primeramente hay que responder. Y si es cierto, como pretende Nietzsche, que un filósofo, para ser estimable, debe predicar con el ejemplo, se advierte la importancia de esa respuesta, puesto que va a preceder al gesto definitivo. Se trata de evidencias perceptibles para el corazón, pero que se debe profundizar a fin de hacerlas claras para el espíritu. 

Si me pregunto en qué puedo basarme para juzgar si tal cuestión es más apremiante que tal otra, respondo que en los actos a los que obligue. 
Nunca vi morir a nadie por el argumento ontológico. Galileo, que defendía una verdad científica importante, abjuró de ella con la mayor facilidad del mundo, cuando puso su vida en peligro. En cierto sentido, hizo bien. Aquella verdad no valía la hoguera. Es profundamente indiferente saber cuál gira alrededor del otro, si la tierra o el sol. Para decirlo todo, es una cuestión baladí. En cambio, veo que muchas personas mueren porque estiman que la vida no vale la pena de vivirla. Veo a otras que, paradójicamente, se hacen matar por las ideas o las ilusiones que les dan una razón para vivir (lo que se llama una razón para vivir es, al mismo tiempo, una excelente razón para morir). Opino, en consecuencia, que el sentido de la vida es la pregunta más apremiante. ¿Cómo contestarla? Con respecto a todos los problemas esenciales, y considero como tales a los que ponen en peligro la vida o los que decuplican el ansia de vivir, no hay probablemente sino dos métodos de pensamiento: el de Pero Grullo y el de Don Quijote. El equilibrio de evidencia y lirismo es lo único que puede permitirnos llegar al mismo tiempo a la emoción y a la claridad. Se concibe que en un tema a la vez tan humilde y tan cargado de patetismo, la dialéctica sabia y clásica deba ceder el lugar, por lo tanto, a una actitud espiritual más modesta que procede a la vez del buen sentido y de la simpatía. 
Siempre se ha tratado del suicidio como de un fenómeno social. Por el contrario, aquí se trata, para comenzar, de la relación entre el pensamiento individual y el suicidio. Un acto como éste se prepara en el silencio del corazón, lo mismo que una gran obra. El propio suicida lo ignora. Una noche dispara o se sumerge. De un gerente de inmuebles que se había matado, me dijeron un día que había perdido a su hija hacía cinco años y que esa desgracia le había cambiado mucho, le había "minado". No se puede desear una palabra más exacta. Comenzar a pensar es comenzar a estar minado. La sociedad no tiene mucho que ver con estos comienzos. El gusano se halla en el corazón del hombre y en él hay que buscarlo. Este juego mortal, que lleva de la lucidez frente a la existencia a la evasión fuera de la luz, es algo que debe investigarse y comprenderse. 

Muchas son las causas para un suicidio, y, de una manera general, las mas aparentes no han sido las más eficaces. La gente se suicida rara vez (sin embargo, no se excluye la hipótesis) por reflexión. Lo que desencadena la crisis es casi siempre incontrolable. Los diarios hablan con frecuencia de "penas íntimas" o de "enfermedad incurable". Son explicaciones válidas. Pero habría que saber si ese mismo día un amigo del desesperado no le habló con un tono indiferente. Ese sería el culpable, pues tal cosa puede bastar para precipitar todos los rencores y todos los cansancios todavía en suspenso(1)
Pero si es difícil fijar el instante preciso, el paso sutil en que el espíritu ha apostado a favor de la muerte, es más fácil extraer del acto mismo las consecuencias que supone. Matarse, en cierto sentido, y como en el melodrama, es confesar. Es confesar que se ha sido sobrepasado por la vida o que no se la comprende. Sin embargo, no vayamos demasiado lejos en esas analogías y volvamos a las palabras corrientes. Es solamente confesar que eso "no merece la pena". Vivir, naturalmente, nunca es fácil. Uno sigue haciendo los gestos que ordena la existencia, por muchas razones, la primera de las cuales es la costumbre. Morir voluntariamente supone que se ha reconocido, aunque sea instintivamente, el carácter irrisorio de esa costumbre, la ausencia de toda razón profunda para vivir, el carácter insensato de esa agitación cotidiana y la inutilidad del sufrimiento. 
¿Cuál es, pues, ese sentimiento incalculable que priva al espíritu del sueño necesario a la vida? Un mundo que se puede explicar incluso con malas razones es un mundo familiar. Pero, por el contrario, en un universo privado repentinamente de ilusiones y de luces, el hombre se siente extraño. Es un exilio sin recurso, pues está privado de los recuerdos de una patria perdida o de la esperanza de una tierra prometida. Tal divorcio entre el nombre y su vida, entre el actor y su decorado, es propiamente el sentimiento de lo absurdo. Como todos los hombres sanos han pensado en su propio suicidio, se podrá reconocer, sin más explicaciones, que hay un vínculo directo entre este sentimiento y la aspiración a la nada. 
El tema de este ensayo es, precisamente, esa relación entre lo absurdo y el suicidio, la medida exacta en que el suicidio es una solución de lo absurdo. Se puede sentar como principio que para un hombre que no hace trampas lo que cree verdadero debe regir su acción. La creencia en lo absurdo de la existencia debe gobernar, por lo tanto, su conducta. Es una curiosidad legítima la que lleva a preguntarse, claramente y sin Falso patetismo, si una conclusión de este orden exige que se abandone lo más rápidamente posible una situación incomprensible. Me refiero, por supuesto, a los hombres dispuestos a ponerse de acuerdo consigo mismo. 
Planteado en términos claros, el problema puede parecer a la vez sencillo e insoluble. Pero se supone equivocadamente que las preguntas sencillas traen consigo respuestas que no lo son menos y que la evidencia implica la evidencia. A priori, e invirtiendo los términos del problema, así como uno se mata o no se mata, parece que no hay sino dos soluciones filosóficas: la del sí y la del no. Eso sería demasiado fácil. Pero hay que tener en cuenta a los que interrogan siempre sin llegar a una conclusión. A ese respecto, apenas ironizo: se trata de la mayoría. Veo igualmente que quienes responden que no, obran como si pensasen que sí. De hecho, si acepto el criterio nietzscheano, piensan que sí de una u otra manera. Por el contrario, quienes se suicidan suelen estar con frecuencia seguros del sentido de la vida. Estas contradicciones son constantes. Hasta se puede decir que nunca han sido tan vivas como con respecto a ese punto en el que la lógica, por el contrario, parece tan deseable. Es un lugar común comparar las teorías filosóficas con la conducta de quienes las profesan. Pero es necesario decir que, salvo Kirilov, que pertenece a la literatura, Peregrinos, que nace de la leyenda(2) , y Jules Lequier, que nos remite a la hipótesis, ninguno de los pensadores que negaban un sentido a la vida, se puso de acuerdo con su lógica hasta el punto de rechazar la vida. Se cita con frecuencia, para reírse de él, a Schopenhauer, quien elogiaba el suicidio ante una mesa bien provista. No hay en ello motivo para burlas. Esta manera de no tomarse en serio lo trágico no es tan grave, pero termina juzgando a quien la adopta. 
Ante estas contradicciones y estas oscuridades, ¿hay que creer, por lo tanto, que no existe relación alguna entre la opinión que se pueda tener de la vida y el acto que se realiza para abandonarla? No exageremos en este sentido. En el apego de un hombre a su vida hay algo más fuerte que todas las miserias del mundo. El juicio del cuerpo equivale al del espíritu y el cuerpo retrocede ante el aniquilamiento. Adquirimos la costumbre de vivir antes que la de pensar. En la carrera que nos precipita cada día un poco más hacia la muerte, el cuerpo conserva una delantera irreparable. Finalmente, lo esencial de esta contradicción reside en lo que yo llamaría la evasión, porque es a la vez menos y más que la diversión en el sentido pascaliano. El juego constante consiste en eludir. La evasión típica, la evasión mortal que constituye el tercer tema de este ensayo, es la esperanza: esperanza de otra vida que hay que "merecer", o engaño de quienes viven no para la vida misma, sino para alguna gran idea que la supera, la sublima, le da un sentido y la traiciona. 

Todo contribuye así a enredar las cosas. No en vano se ha jugado hasta ahora con las palabras y se ha fingido creer que negar un sentido a la vida lleva forzosamente a declarar que no vale la pena de vivirla. En verdad, no hay equivalencia forzosa alguna entre ambos juicios. Lo único que hay que hacer es no dejarse desviar por las confusiones, los divorcios y las inconsecuencias que venimos señalando. Hay que apartarlo todo e ir directamente al verdadero problema. El que se mata considera que la vida no vale la pena de vivirla: he aquí una verdad indudable, pero infecunda, porque es una perogrullada. ¿Pero es que este insulto a la existencia, este mentís en que se la hunde, procede de que no tiene sentido? ¿Es que su absurdidad exige la evasión mediante la esperanza o el suicidio? Esto es lo que se debe poner en claro, averiguar e ilustrar, dejando de lado todo lo demás. ¿Lo Absurdo impone la muerte? Este es el problema al que hay que dar prioridad sobre los demás, al margen de todos los métodos de pensamiento y de los juegos del espíritu desinteresado. Los matices, las contradicciones, la psicología que un espíritu "objetivo" sabe introducir siempre en todos los problemas, no tienen cabida en el análisis de esta pasión. Lo único que hace falta es el pensamiento injusto, es decir lógico. Esto no es fácil. Es fácil siempre ser lógico. Pero es casi imposible ser lógico hasta el fin. Los hombres que se matan siguen así hasta el final la pendiente de su sentimiento. La reflexión sobre el suicidio me proporciona, por lo tanto, la ocasión para plantear el único problema que me interesa: ¿hay una lógica hasta la muerte? No puedo saberlo sino siguiendo, sin apasionamiento desordenado, a la sola luz de la evidencia, el razonamiento cuyo origen indico. Es lo que llamo un razonamiento absurdo. Muchos lo han comenzado, pero no sé todavía si se han atenido a él. 
Cuando Karl Jaspers, revelando la imposibilidad de constituir al mundo en unidad, exclama: "Esta limitación me lleva a mí mismo, allá donde ya no me retiro detrás de un punto de vista objetivo que no hago sino representar, allá donde ni yo mismo ni la existencia ajena puede ya convertirse en objeto para mí", evoca, después de otros muchos, esos lugares desiertos y sin agua en los cuales el pensamiento llega a sus confines. Después de otros muchos, sí, sin duda, ¡pero cuan impacientes por escapar! A esta última vuelta en la que el pensamiento vacila han llegado muchos hombres, y de los más humildes. Estos renunciaban entonces a lo más querido que poseían y que era su vida. Otros, príncipes del espíritu, han renunciado también, pero a lo que llegaron en su rebelión más pura fue al suicidio de su pensamiento. El verdadero esfuerzo consiste, por el contrario, en atenerse a él tanto como sea posible y en examinar Je cerca la vegetación barroca de esas alejadas regiones. La tenacidad y la clarividencia son espectadores privilegiados de ese juego inhumano en el que lo absurdo, la esperanza y la muerte intercambian sus réplicas. El espíritu puede entonces analizar las figuras de esta danza, a la vez elemental y sutil, antes de ilustrarlas y revivirlas él mismo. 

Los muros absurdos 
Como las grandes obras, los sentimientos profundos declaran siempre más de lo que dicen conscientemente. La constancia de un movimiento o de una repulsión en un alma se vuelve a encontrar en los hábitos de hacer o de pensar y tiene consecuencias que el alma misma ignora. Los grandes sentimientos pasean consigo su universo, espléndido o miserable. Iluminan con su pasión un mundo exclusivo en el que vuelven a encontrar su clima. Hay un universo de la envidia, de la ambición, del egoísmo o de la generosidad. Un universo, es decir, una metafísica y una actitud espiritual. Lo que es cierto de los sentimientos ya especializados lo será todavía más de las emociones tan indeterminadas en su base, a la vez tan confusas y tan "ciertas", tan lejanas y tan "presentes" como pueden ser las que nos produce lo bello o suscita lo absurdo. 
La sensación de absurdo a la vuelta de cualquier esquina puede sentirla cualquier hombre. Como tal, en su desnudez desoladora, en su luz sin brillo, es inasible. Pero esta dificultad merece una reflexión. Es probablemente cierto que un hombre nos sea desconocido para siempre y que haya siempre en él algo irreductible que nos escape. Pero prácticamente, conozco a los hombres y los reconozco por su conducta, por el conjunto de sus actos, por las consecuencias que su paso suscita en la vida. Del mismo modo, puedo definir prácticamente, apreciar prácticamente todos esos sentimientos irracionales que no podría captar el análisis; puedo reunir la suma de sus consecuencias en el orden de la inteligencia, aprehender y anotar todos sus aspectos, recordar su universo. Es cierto que en apariencia no conoceré mejor a un actor personalmente por haberlo visto cien veces. Sin embargo, si sumo los héroes que ha encarnado y si digo que le conozco un poco más al tener en cuenta el centesimo personaje, se tendrá la sensación de que hay en ello una parte de verdad. Pues esta paradoja aparente es también un apólogo. Tiene una moraleja. Enseña que un hombre se define tanto por sus comedias como por sus impulsos sinceros. Existe en ello un tono más bajo de los sentimientos, inaccesibles en el corazón, pero que revelan parcialmente los actos que animan y las actitudes espirituales que suponen. Puede advertirse que así defino un método. Pero se advierte también que este método es de análisis y no de conocimiento. Pues los métodos implican metafísicas, revelan sin saberlo conclusiones que a veces pretenden no conocer todavía. Así, las ultimas páginas de un libro están ya en las primeras. Este nudo es inevitable. El método aquí definido confiesa la sensación de que todo verdadero conocimiento es imposible. Sólo pueden enumerarse las consecuencias y sólo el clima puede hacerse sentir. 
Quizá podamos alcanzar el inaprehensible sentimiento de lo absurdo en los mundos diferentes pero fraternos de la inteligencia, del arte de vivir o del arte simplemente. El clima del absurdo está al comienzo. El final es el universo absurdo y la actitud espiritual que ilumina al mundo con una luz que le es propia, con el fin de hacer resplandecer ese rostro privilegiado e implacable que ella sabe reconocerle. 
Todas las grandes acciones y todos los grandes pensamientos tienen un comienzo irrisorio. Las grandes obras nacen con frecuencia a la vuelta de una esquina o en la puerta giratoria de un restaurante. Lo mismo sucede con la absurdidad. El mundo absurdo más que cualquier otro extrae su nobleza de ese nacimiento miserable. En ciertas situaciones responder "nada" a una pregunta sobre la naturaleza de sus pensamientos puede ser una finta en un hombre. Los amantes lo saben muy bien. Pero si esa respuesta es sincera, si traduce ese singular estado del alma en el cual el vacío se hace elocuente, en el que la cadena de los gestos cotidianos se rompe, en el cual el corazón busca en vano el eslabón que la reanuda, entonces es el primer signo de la absurdidad. 

Suele suceder que los decorados se derrumben. Levantarse, coger el tranvía, cuatro horas de oficina o de fábrica, la comida, el tranvía, cuatro horas de trabajo, la cena, el sueño y lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábado con el mismo ritmo es una ruta que se sigue fácilmente durante la mayor parte del tiempo. Pero un día surge el "por qué" y todo comienza con esa lasitud teñida de asombro. "Comienza": esto es importante. La lasitud está al final de los actos de una vida maquinal, pero inicia al mismo tiempo el movimiento de la conciencia. La despierta y provoca la continuación. La continuación es la vuelta inconsciente a la cadena o el despertar definitivo. Al final del despertar viene, con el tiempo, la consecuencia: suicidio o restablecimiento. En sí misma la lasitud tiene algo de repugnante. Debo concluir que es buena, pues todo comienza por la conciencia y nada vale sino por ella. Estas observaciones no tienen nada de original. Pero son evidentes, y eso basta por algún tiempo, al efectuar un reconocimiento somero de los orígenes de lo absurdo. La simple "inquietud" está en el origen de todo. 
Asimismo, y durante todos los días de una vida sin brillo, el tiempo nos lleva. Pero siempre llega un momento en que hay que llevarlo. Vivimos del porvenir: "mañana", "más tarde", "cuando tengas una posición", "con los años comprenderás . Estas inconsecuencias son admirables, pues, al fin y al cabo, se trata de morir. Llega, no obstante, un día en que el hombre comprueba o dice que tiene treinta años. Así afirma su juventud. Pero al mismo tiempo se sitúa con relación al tiempo. Ocupa en él su lugar. Reconoce que se halla en cierto momento de una curva que confiesa tener que recorrer. Pertenece al tiempo, y a través del horror que se apodera de él reconoce en aquél a su peor enemigo. El mañana, anhelaba el mañana, cuando todo él debía rechazarlo. Esta rebelión de la carne es lo absurdo . 
Un peldaño más abajo y nos encontramos con lo extraño: advertimos que el mundo es "espeso", entrevemos hasta qué punto una piedra nos es extraña e irreductible, con qué intensidad puede negarnos la naturaleza, un paisaje. En el fondo de toda belleza yace algo inhumano, y esas colinas, la dulzura del cielo, esos dibujos de árboles pierden, al cabo de un minuto, el sentido ilusorio con que los revestíamos y en adelante quedan más lejanos que un paraíso perdido. La hostilidad primitiva del mundo remonta su curso hasta nosotros a través de los milenios. Durante un segundo no lo comprendemos, porque durante siglos de él hemos comprendido las figuras y los dibujos que poníamos previamente, porque en adelante nos faltarán las fuerzas para emplear ese artificio. El mundo se nos escapa porque vuelve a ser él mismo. Esas apariencias enmascaradas por la costumbre vuelven a ser lo que son. Se alejan de nosotros. Así como hay días en que bajo su rostro familiar se ve como a una extraña a la mujer amada desde hace meses o años, así también quizá lleguemos a desear hasta lo que nos deja de pronto tan solos. Pero todavía no ha llegado ese momento. Una sola cosa: este espesor y esta extrañeza del mundo es lo absurdo. 

También los hombres segregan lo inhumano. En ciertas horas de lucidez, el aspecto mecánico de sus gestos, su pantomima carente de sentido vuelven estúpido cuanto les rodea. Un hombre habla por teléfono detrás de un tabique de vidrio; no se le oye, pero se ve su mímica sin sentido: uno se pregunta por qué vive. Este malestar ante la inhumanidad del hombre mismo, esta caída incalculable ante la imagen de lo que somos, esta "náusea", como la llama un autor de nuestros días, es también lo absurdo. El extraño que, en ciertos segundos, viene a nuestro encuentro en un espejo; el hermano familiar y, sin embargo, inquietante que volvemos a encontrar en nuestras propias fotografías, son también lo absurdo. 

Llego, por fin, a la muerte y al sentimiento que tenemos de ella. Todo está dicho sobre este punto y lo decente es no incurrir en lo patético. Sin embargo, nunca se asombrará demasiado ante el hecho de que todo el mundo viva como si nadie "lo supiese(3). Es que, en realidad, no hay una experiencia de la muerte. En el sentido propio, no es experimentado sino lo que ha sido vivido y hecho consciente. Aquí lo más que puede hacerse es hablar de la experiencia de la muerte ajena. Es un sucedáneo, una opinión que nunca nos convence del todo. 
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 *Nació en Mondovi, Argelia, 1913 - Villeblerin, Francia, 1960, en el seno de una familia de colonos franceses (pieds-noirs). Cursó estudios en la Universidad de Argel que interrumpió debido a una tuberculosis. Creó una compañía de teatro de aficionados que representaba obras a las clases trabajadoras; encontró trabajó como periodista y realizó muchos viajes por la vieja Europa. Considerado el representante del existencialismo «ateo». En el año 1939, publicó Bodas, artículos sobre reflexiones inspiradas por sus lecturas y viajes. En 1940, se trasladó a París y entró como redactor en el periódico Paris-Soir. Fue miembro activo de la Resistencia francesa durante la II Guerra Mundial, dirigió de 1945 a 1947 Combat, una publicación clandestina. 
(1) No desaprovechemos la ocasión para señalar el carácter relativo de este ensayo. El suicidio puede, en efecto, relacionarse con consideraciones mucho más respetables. Ejemplo: los suicidios políticos, llamados de protesta, en la revolución china. 
 (2) He oído hablar de un émulo de Peregrinos, escritor de la posguerra, quien después de haber terminado su primer libro, se suicidó para llamar la atención sobre su obra. Llamó, en efecto, la atención, pero se juzgó malo el libro. 

(3) Pero no en el sentido propio. No se trata de una definición, sino de una enumeración de los sentimientos que pueden conllevar lo absurdo. La enumeración completa no agota, sin embargo, lo absurdo. 



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