PLUMA DE ESCRITORES

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Sean todos bienvenidos a - PLUMA DE ESCRITORES - Punto de encuentro con la Literatura de Santa Cruz de Lorica, para el resto del mundo.

ARTÍCULOS


SU MAJESTAD EL PORRO
Por Alexis Zapata Meza* 



La dificultad de hablar sobre el porro es que tiene tantas puertas que no sé por dónde empezar. Es la música que más cercana te lleva a un guapirreo. Es volver a útero a escuchar al universo, su corriente que da vida. Inició con una gaita indígena, tristona, trascendental, que se unió a una tambora levantisca. Incongruencia, relación ilógica que se volvió orgánica por lo necesitaba el negro y el indígena. Por intuición estético fueron cazando los silencios que necesitaron llenar. El  lamento del indígena se volvió nostalgia y aceitó de palpitaciones lentas el eje de la tierra. El tambor trajo la vibración para mover lo que se iba a detener. Más que coherente nuestro porro es significativo. Nuestra comprensión del mundo es contundente. La tristeza del indígena se nos quedó en el porro, y es ahora nuestra metafísica que nos permite elevarnos por encima de las contingencias del mundo. Lo escuchamos y apenas sabemos porque hay en su argumentación  una ceremonia des comunal. Lo escuchamos y su lenguaje ardiente se nos viene encima como una tormenta a hallarnos con los sentimientos en estado puro.

¿Qué es lo que hay de grande en el porro, además de unos cuantos hombres guapirriando su entelequia? Lo que tiene ese porro palitiao que no tiene el tapao es la boza  ¿Qué es eso? La boza es el amarre del porro, su eclosión de volcán, la resurrección de Lázaro. En la Boza el clarinete chilla como rana en tentación. El mito lo dice, cuando Chuana, Chuano y Popuma, vieron bailar a los Mohanes, transformados los machos en sapos y las hembras en rana, hubo ese momento del chillido que  estremeciendo a un cielo se desgajó en lluvia ¿Qué es lo que hay de grande en ese porro, además de unos cuantos músicos viviendo la ficción de sus ensueños? Nada especial, nada menos que está amarrado al fandango y a la corraleja de las fiestas patronales.  Tiene vida institucional. Para más fortaleza fue creado el Festival Nacional del Porro de San Pelayo. Para más fortaleza son los estudiosos que  han dedicado horas de su vida a investigar su misterio. Habrá que nombrar entonces a Alberto Alzate, Valenciano Valencia, Guillermo Valencia Salgado, William Fortichs Díaz y Aquiles Escalante. Lo que le faltaba lo soñó, y se le hizo realidad, y fue salir de la plaza al salón. Después de subir de los pitos y tambores a los instrumentos de metal, volvió a subir al formato instrumental de las orquestas, y se paseó por el mundo.

La  “bozá” es una interrupción rítmica del porro donde el clarinete intensifica el punto a punta de melodía. Deberíamos decir la música se hace más intensa, pero lo que realmente sucede es que hay un cambio. Deja de entrar el bombo, se suspende, y entra un solo de clarinete. El ritmo cambia sobre la base de una estructura polimétrica. Es como si entrara un loa y tomara posesión de quienes bailan, que captan el nuevo ritmo con los movimientos de sus cuerpos, originando así mayor intensidad. El aire vibra, la gente parece que estuviera iluminada. Es un momento de plena catarsis. Los griegos tuvieron el teatro, nosotros el fandango del porro palitiao. Sin duda este un elemento de origen africano introducidos por los negros en el porro. Es un punto para liberación del ser. Podríamos decir que esta es su parte más ontológica, su verdadera metafísica, remitiendo nuestra realidad a las sombras africanas. El negro en su condición humana nunca suspendió su imaginario. Somos más negro de lo que imaginamos.

¿Por qué ponernos averiguar lo del origen del porro? Acaso eso nos marca. Creo que si. Las coordenadas históricas marcaron el espíritu. Nuestros abuelos se enfrentaban a un sistema esclavista, que negaba al ser. Nada menos que eso. El capitalismo no ha hecho otra cosa que negarnos. El Porro no ha hecho otra cosa que afirmarnos. Cuando el abuelo negro buscó el ritmo que afirmaba la existencia de sus dioses, estaba buscando la afirmación de su propia existencia. Shangó no estaba afuera, Shangó estaba adentro. La ombligada, o toque de ombligos era el encuentro de la energía universal para despertar al ser. La gaita fue necesaria, avivó el discurso. Nada hay más despierto que esa combinación. Los mismos africanos son y se embelesan con nuestra voz ronca y raizal. Ni ellos mismos la tienen. Delia Zapata Olivella en el África lo constató. De noche, al aire libre tocaba, y los africanos se derretían. No imaginaban que con sus tambores se pudieran expresar con tanta fuerza. Shangó se hacía más evidente.

Shangó sobre todo en la “Bozá”. Más negros de lo que somos para donde. Si el orgullo de San Pelayo es que conservó la “Bozá” en el porro. Ese es su orgullo, que le da una especificidad ante el porro en general. Lo que  sucede es que en ese orgullo sus protagonistas principales han sido invisibilizados. La in tención de la ombligada ha sido borrada, que es lo que le da espesor a su historia, sino queda como un acto anecdótico, apenas curioso. Los pelayeros son más blancos que negro, y eso los lleva a confundir ¡Qué hacer con ellos si se ofenden cuando los vemos como un bastión negro! La racialización que se ha vivido en Córdoba es una realidad que les tapa los oídos, y los ojos. María Varilla vino al mundo para demostrarnos la importancia de la sugerencia de la ombligada. Los pelayeros no sienten a través de la piel de María Varilla, nos niegan en el mito ¡Qué gusto proporciona al psicoanalista esa mirada de pudor que tienen cuando se les recuerda ese pasado! Ellos recuerdan a quien salió a comprar el primer instrumento metálico, recuerdan incluso donde se inició el primer ensayo musical, y cómo fueron naciendo los porros clásicos como “El Pájaro”. Tienen buena memoria en esa versión del porro palitiao, y no en esa otra versión en la que un negro apretó las clavijas al primer tambor, o un indio resopló en  la primera gaita con fue creada esa inigualable  versión del porro. Nadie los recuerda a ellos, que después de la liberación de la esclavitud se encontraron para construir el espíritu de la hermandad. Sus sentimientos nobles nadie los siente. Los pelayeros, riaños, blancuscos, se regocijan de provenir de una cepa genética de blancos. En Sabanueva, todavía la gente recuerda cuando por primera vez una blanca se atrevió a casarse con un negro.
Cuando bailamos un porro palitiao nos robustecemos con el principio vital en él se contiene. Shangó nos dejó ese legado.  En la cultura Yuruba en Dios Ntu es el espíritu del universo, que no entra en relación personal con los hombres. Las preocupaciones y quejas humanas se las delega a los antepasados transcendentes, cuya fuerza vital haya marcado la vida. Entre estos a Shangó, cuyo culto rejuvenece, ayuda a llevar una vida creciente. La intensidad de su vida arrastra a los hombres. Es venerado por su espíritu de vitalidad. La fuerza de los antepasados fluye hacia los vivos, respondiendo a una necesidad, que en nuestro caso se trató de los rigores de la esclavitud. El bebé negro nacía y no venía ninguna cartica de felicitaciones. No había tarifa mínima de correo. Alguien debía compadecerse de ese nuevo ser. Nuestra vitalidad es un compromiso con los antepasados, somos un acto de fe. Shangó es una lección de vida y de esperanza.

El vitalismo que nos legó Shangó no lo miramos con buenos ojos, lo satanizamos. Es emanación de la magia. No vemos filosofía. Frente a las tribulaciones de la esclavitud optar por la fe en la fuerza no es una exigencia fundamental de la realidad humana. El vitalismo fue el sentido que el negro utilizó para darle sentido a la vida. No había otra.  El vitalismo fue la respuesta existencialista del negro. Se la entregó a la acumulación originaria del capital del capitalismo. No había otra. El vitalismo lo colocó en la “Bozá” pero también en el Fandango, y en la Puya. Electrizar el ambiente con el espíritu fue el rito propiciatorio. Ahora que no nos vengan los pelayeros desconociendo ese pasado, tronchando la historia y dando prevalencia sólo a la llegada de los instrumentos metálicos. No carecemos de un largo pasado histórico, nuestras raíces hunden en más de un rito, en más de una creencia y una relación social. Cueste lo que cueste hay que demostrarle a los pelayeros que tenemos un pasado rico culturalmente, que no provenimos de un vacío, que su etnocentrismo es una pauta repetitiva de colonialismo interno, producto de una estructura socio-económica.

Pasar el porro de Pitos y Tambores al formato de Banda de Viento es un hecho de tanta validez como pasarlo de Banda de Viento a Orquesta, y de Orquesta a Guitarra. No tenemos que quedarnos validando tan sólo el paso del formato a Banda de Viento. Todos los formatos han vivido sus crisis y no les quita que  cada uno tenga  su validez. El fandango y la corraleja de todas maneras le  dan sostenibilidad al porro de plaza. Está vivo, vigente. El de orquesta, que rompió frontera, hoy en día está obsoleto, los cabaret se han extinguidos. El de guitarra, que es de parranda, viene siendo vencido por el acordeón.  Todos cuando suenan con su lenguaje nos abren los sentimientos en el estado más puro, todos nos hacen sostener el espíritu cerca de la belleza sobrenatural.
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*Alexis Zapata Meza nació en Montería, Colombia, en 1952. Estudió antropología en la Universidad del Cauca. Participó del taller literario dirigido por Bruno Mazoldi, en la Facultad de Humanidades de la Universidad del Cauca, Popayán. Participó en la dirección de la revista de cuento y poesía Monexca. Actualmente toma parte de las tertulias literarias del grupo "Los Últimos Zenúes". Autor de la novela El Tallador de Santos y, el poemario épico Desiderio Verano. Premio Nacional de Literatura e Investigación Manuel Zapata Olivella, 2012, con el poemario Sinuémetro. Es miembro de Parlamento Nacional de Escritores, de La Asociación de Escritores de la Costa y, de La Tertulia Literaria El Bocachico Letrado.






Un tal prólogo de García 

Márquez

Por Jaime De La Hoz Simanca*


Una de las razones que esgrime el editor Fernando Jaramillo, reconocido gabólogo, para afirmar que el prólogo que supuestamente escribió Gabriel García Márquez para la edición de Cien Años de Soledad en lengua wayunaaiki no es de su autoría, es la de que el mago de Aracataca no ha escrito más después de la aparición de la novela Memoria de mis putas tristes, publicada en 2004 por el Grupo Editorial Norma y Mondadori.

Jaramillo –gabitero, como a sí mismo se llama–, es el creador de memorabiliaggm, el portal de internet que rastrea la vida y obra de García Márquez y en el que aparecen, desde 1999, en estricto orden, todos los textos y referencias que se publican del Premio Nobel, casi todos los días, en los más recónditos espacios de revistas y periódicos del mundo hispanoamericano. En ese mismo portal también está el controvertido prólogo –reproducido del que publicó en exclusiva el diario El Heraldo en la edición del 18 de abril de 2012–, y sobre el cual opinaron escritores y periodistas, entre ellos, el cronista Alberto Salcedo Ramos, quien dijo, segundos antes de explotar una sonora carcajada: “Si ese prólogo lo escribió García Márquez, entonces yo escribí La Divina Comedia”. Pero las dudas son mayores, como se verá más adelante.

Reconocidos diarios de América, como El Comercio, de Ecuador, presentaron la noticia del prólogo como si hubiera sido una reaparición del Nobel después de un largo y justificado silencio. Otros, lo han reproducido sin comentarios al margen; pero, entre seguidores, conocedores, gabólatras y simples lectores de su obra, las suspicacias alcanzan niveles de mayor altura. Varios escritores consultados prefirieron salidas diplomáticas o gambetas cortas. Uno de ellos afirmó: “No quiero líos. Esta vez paso”.

En 2010 se habló por primera vez, públicamente, acerca de la traducción de Cien Años de Soledad al wayuunaiki, lengua que hablan quinientos mil indígenas de la etnia wayuu distribuidos entre el departamento de La Guajira y el Estado Zulia de Venezuela. Según el Documento de Política Etnoeducativa No. 2 del Ministerio de Educación Nacional, Tomo II, el 71% de la población wayuu no lee ni escribe español.

Gabriel García Márquez y su familia han mostrado siempre sus simpatías por La Guajira, tierra donde nacieron Luisa Santiaga Márquez, madre del escritor, y Nicolás Márquez, abuelo del mismo. Su abuela, Tranquilina Iguarán, es de origen wayuu. En Cien años de soledad son visibles dos personajes de esa comunidad: Visitación y Cataure, quienes arriban a Macondo con la peste del insomnio.

Inicialmente se llevó a cabo una reunión en medio del Festival indígena de Uribia de 2010, y en ella participaron prestigiosos lingüistas y especialistas del español y el wayuunaiki, al igual que la Ministra de Educación de entonces, Paula Moreno, quien avaló el proyecto que también integran asesores e ilustradores de la obra. Después de posteriores encuentros, entre el 18 y 20 de mayo pasado, el grupo apareció en Riohacha, donde adelantó varias sesiones de trabajo. Pero días antes, el mundo macondiano fue sorprendido con la publicación de un extraño prólogo de seis breves párrafos en cuyo final aparece el nombre de Gabriel García Márquez.

LOS PRÓLOGOS DE GABO. La reciente información sobre el último prólogo atribuido a García Márquez explica que es el cuarto que escribe a lo largo de su dilatada carrera; sin embargo, al aguijonear los recuerdos, o al echar un vistazo a su abundante producción literaria, es evidente que el número de prólogos escritos por Gabo se extravía en un laberinto de presentaciones, reseñas de primeras páginas de las obras, prefacios e introducciones que diluyen cualquier conteo que se intente. Hay muchos prólogos memorables de electrizantes metáforas y giros asombrosos que reducen al de la edición de Cien años de soledad en wayuunaiki a un simple escolio de principiante.

Así, a vuelapluma, registra uno al Gabo prologuista al encontrar su firma y el año –83– al final del texto que anteceden las notas y caricaturas de Héctor Osuna, quien ese mismo año publicó el libro Osuna de frente. En tal prólogo, titulado La historia vista de espaldas, remata nuestro Nobel de literatura:

“Su negocio parece ser la salvación de las almas. Y su única posición legítima, en consecuencia, sólo puede ser la de los cristianos primitivos, que en el circo romano se dejaban comer por los leones cantando plegarias de amor, porque estaban tan convencidos como Osuna de que en la lógica de Dios eran ellos quienes se estaban comiendo a los leones”.

Cuatro años después, la editorial Mondadori publicó el libro Habla Fidel, escrito por el veterano periodista italiano Gianni Mina. Se trata de una extensa entrevista que alcanzan las 350 páginas, incluido el deslumbrante y extenso prólogo de García Márquez, quien lo titula así: Fidel Castro: el oficio de la palabra hablada. Dicho prólogo comienza de la siguiente manera:

“Refiriéndose a un visitante extranjero al que había acompañado durante una semana en una gira por el interior de Cuba, Fidel Castro dijo: ‘Cómo hablará ese hombre, que habla más que yo’. Basta conocer un poco a Fidel Castro para saber que era una exageración suya, y de las más grandes, pues no es posible concebir a alguien más adicto que él al hábito de la conversación. Su devoción por la palabra es casi mágica. Al principio de la revolución, apenas una semana después de su entrada triunfal en La Habana, habló sin tregua por la televisión durante siete horas. Debe ser un récord mundial…”.

En 1996, la Imprenta Nacional de Colombia terminó de imprimir el libro de Álvaro Mutis, La mansión de Araucaíma y otros relatos, y en él apareció un prólogo escrito por García Márquez que, tal vez, concluyó meses antes de que la obra se conociera. O años. Se titula Mi amigo Mutis y el párrafo de entrada es el siguiente:

“Álvaro Mutis y yo habíamos hecho el pacto de no hablar en público el uno del otro, ni bien ni mal, como una vacuna contra la viruela de los elogios mutuos. Sin embargo, hace diez años justos y en ese mismo sitio, él violó aquel pacto de salubridad social, sólo porque no le gustó el peluquero que le recomendé. He esperado desde entonces una ocasión para comerme el plato frío de la venganza, y creo que no habrá otra más propicia que ésta”.

En 2003, Gabo prologó el libro El cerebro y el mito del yo, del científico Rodolfo Llinás. En uno de sus apartes afirma que “este libro maestro en el que Rodolfo Llinás propone la tesis casi lírica de que el cerebro, protegido por la coraza del cráneo, ha evolucionado hasta el punto de transmitirnos imágenes del mundo externo que –a diferencia de las plantas arraigadas– nos permiten movernos en libertad sobre la tierra. Más asombroso aún: son ensueños regidos por los sentidos en la oscuridad y el silencio absolutos, que al ser elaborados por el cerebro se convierten en nuestros pensamientos, deseos y temores. O –como pudo decirlo Calderón de la Barca- es el milagro racional de soñar con los ojos abiertos”.

El Áncora Editores presentó en 1997 el libro Memorias del expresidente Alberto Lleras Camargo y en él destaca el siguiente párrafo escrito por el prologuista Gabriel García Márquez:

“Lo conocí en Ciudad de México en la primavera de 1970. Apareció como un recuerdo de mi adolescencia bajo los árboles floridos del Paseo de la Reforma, con el vestido azul de rayas blancas con que solían uniformarse los hombres del poder (…) Después de un apretón de su mano cargada de una energía recóndita, me dijo: Camine y nos tomamos un trago”.

En 1984 fue publicado el libro Hemingway en Cuba, de Norberto Fuentes, quien nueve años después abandonaría la Isla gracias a la ayuda de García Márquez, autor del prólogo que catapultó el nombre del escritor cubano. El último párrafo de esa pieza literaria dice así:

“El resultado final es este reportaje encarnizado y clarificador de casi setecientas páginas que acabo de leer en sus originales, y que nos devuelve al Hemingway vivo y un poco pueril que muchos creíamos vislumbrar apenas entre las líneas de sus cuentos magistrales. El Hemingway nuestro: un hombre azorado por la incertidumbre y la brevedad de la vida, que nunca tuvo más de un invitado en su mesa y que logró descifrar como pocos en la historia humana los misterios prácticos del oficio más solitario del mundo”.

Asimismo, existen prólogos de García Márquez a un texto antológico de Cortázar, a La muerte en la Calle, cuentos de José Félix Fuenmayor, a un diccionario de uso del español actual, y a sus propias novelas Del amor y otros demonios y Doce cuentos peregrinos. En la última de las novelas citadas, el prologuista concluye así:

“Siempre he creído que toda versión de un cuento es mejor que la anterior. ¿Cómo saber entonces cuál debe ser la última? Es un secreto del oficio que no obedece a las leyes de la inteligencia sino a la magia de los instintos, como sabe la cocinera cuando está la sopa. De todos modos, por las dudas, no volveré a leerlos, como nunca he vuelto a leer ninguno de mis libros por temor de arrepentirme. El que los lea sabrá qué hacer con ellos. Por fortuna, para estos doce cuentos peregrinos terminar en el cesto de los papeles debe ser como el alivio de volver a casa”.
VARIACIONES ALREDEDOR DE UN TAL PRÓLOGO. No sería la primera vez que un texto apócrifo se atribuye a un escritor cruzado por el prestigio, la fama y la universalización de su obra. La historia de la literatura universal registra los más inverosímiles casos de suplantación, entrevistas falsas y textos inventados.

García Márquez no escapa a lo anterior; al contrario, ha sido víctima de los más divertidos disparates. Él mismo cuenta, en una columna publicada en 1982 y recopilada en Notas de prensa, que un día al despertar en su cama de México leyó en un periódico que había dictado una conferencia el día anterior en Las Palmas de Gran Canaria, al otro lado del océano. Seguidamente aclaró que no había estado en ese sitio ni el día anterior ni en los veintidós años precedentes.

Hace varios años circuló en internet el texto La marioneta de trapo, atribuido a Gabriel García Márquez. Era, en el fondo, su despedida de este mundo. El texto tenía el siguiente comienzo:

“Si por un instante Dios se olvidara de que soy una marioneta de trapo, y me regalara un trozo de vida, posiblemente no diría todo lo que pienso, pero, en definitiva pensaría todo lo que digo. Daría valor a las cosas, no por lo que valen, sino por lo que significan. Dormiría poco y soñaría más. Entiendo que por cada minuto que cerramos los ojos, perdemos sesenta segundos de luz…”.

El inusitado eco que tal texto tuvo en los medios, y el juego de otros más a la trampa tendida, obligó a que el mismo Nobel aclarara mediante su inconfundible desparpajo. Inicialmente dijo que el texto era tan malo que no valía la pena desmentirlo. Después agregó que lo que podría matarlo no era el cáncer que padecía sino la vergüenza de que alguien creyera que de verdad era él quien había escrito una cosa tan cursi.

Jaime Abello Banfi, director de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, FNPI, expresó a distintos medios que el texto era totalmente apócrifo; además, recordó que algo similar había ocurrido con Jorge Luis Borges, a quien se le atribuyó la autoría de un poema mediocre titulado Instantes.

Pregunto ahora a Abello por el prólogo a la edición de Cien años de soledad en wayuunaiki y me dice que no lo conoce, que no sabe nada del tal prólogo. “Voy a hablar con Jaime García Márquez a ver qué opina al respecto”, agregó.

En el mismo sentido se expresó Margarita Márquez Caballero, una de las fieles secretarias de García Márquez desde tiempos lejanos: “Sé del proyecto de traducir la obra de Gabo al wayuunaiki. Además, conozco a Félix Carrillo, director de ese proyecto; pero, desconozco lo del prólogo. Hablaré con Mercedes Barcha”, dijo.

Por su parte, el gabólogo Fernando Jaramillo me expuso las siguientes razones:

“Cuando publiqué en memorabiliaggm el prólogo de la edición de Cien años de soledad en wayuunaiki, mi celular no dejó de sonar para preguntarme si me había creido el cuento de que eso lo había escrito Gabo. Todos los gabiteros de 5 mil kilómetros a la redonda gritaron que esa vaina no es de Gabo. ¿Por qué no es de Gabo?, preguntamos los gabiteros. Primero, porque no tiene el tono, ni el ritmo ni la cadencia poética del estilo de Gabriel García Márquez. Y segundo, porque en la lista de los agradecimientos se nota mucho la mano del traductor, que es de quien decimos que escribió y firmó por García Márquez. Aunque, conociendo a Gabo, no tiene nada de raro que le haya dicho: ‘Escríbelo tú, ahí’. Para mamarnos gallo a todos”.

Y remata: “…Pero van a vender toda la edición en 15 minutos. Todos los coleccionistas de traducciones de Cien años de soledad en el mundo (que son miles), están a la espera de la publicación y me han pedido que los mantenga informados de ese momento. En La Guajira van a vender 2 ejemplares”.

La escritora, narradora, ensayista y profesora de literatura hispanoamericana en la Universidad Complutense de Madrid, Consuelo Triviño Anzola, autora de la novela La semilla de la ira, me señaló lo siguiente: “La verdad es que no soy experta en García Márquez, pero creo reconocer su estilo en las crónicas, en los prólogos y en algunas declaraciones suyas. El prólogo que se le adjudica aquí es tan neutro que, en mi humilde opinión, y sin el ánimo de polemizar con nadie, pudo haberlo escrito cualquier persona”.

El escritor, periodista, ensayista y crítico literario, Óscar Collazos, autor de 15 novelas y del libro García Márquez: La soledad y la gloria, su vida y su obra, me contesta de la siguiente forma: “Sabía que se estaba traduciendo Cien años de soledad al wayuunaiki. Si me piden un concepto sobre el estilo y lenguaje de ese prólogo, digo que no encuentro a Gabo en ninguna de sus líneas. ¿Cuándo lo escribió? Es una interpretación personal. Hay que dirigirse a Jaime García Márquez. Tal vez él pueda decir algo más preciso”.

El antropólogo, escritor y columnista de origen wayuu, Weildler Guerra, defiende con gran fervor la iniciativa de traducir Cien años de soledad a la lengua de etnia, y espera la obra con gran ansiedad; pero tiene su propia opinión acerca del prólogo:

“Dudo de que allí esté la prosa de Gabo. Esa no es su estética ni su ritmo, el cual luce descolorido. Ahí no está García Márquez. El piensa muy bien para elaborar cada frase. La prosa que conocemos de él es siempre fulgurante”.

En el mismo sentido se expresa la escritora y abogada wayuu, Estercilia Simanca Pushaina, quien agrega: “como lectora de García Márquez esperaba un prólogo en el que estuviera visible más él, quien siempre ha querido resaltar su origen materno. El prólogo me parece frío y distante. Siento, sin confirmarlo, que no es de la autoría de Gabo. Es más, creo que ni siquiera lo dictó”.

Finalmente, el escritor y poeta guajiro, Miguel Ángel López, ganador del concurso Casa de Las Américas, no sólo defiende la iniciativa con argumentos sólidos en los que la importancia radicaría en el símbolo de interculturalidad, sino que “ese texto no es prólogo, sólo es un escolio de agradecimiento de alguien ya cansado”.

PRÓLOGO

El siguiente es el prólogo atribuido a Gabriel García Márquez para la edición de Cien años de soledad en lengua wayuunaiki:
El recuerdo constante de la provincia de La Guajira me lleva al reencuentro con la mirada de mis abuelos, mi madre, hermanos, tíos y primos, regados por veredas y pueblos de esa tierra cálida y rebelde, ligada a mi alma de viajero indómito.
Aquí y ahora, me siento envuelto en ese universo que tanto me ha marcado: La Guajira. Y todo, porque mi primo Félix Carrillo Hinojosa se propuso lo que nunca se había pensado: traducir Cien años de soledad al wayuunaiki.
Al ver el texto del ejemplar de Cien años de soledad, traducido por nativos de la cultura Wayuu, me he sentido como Palabrero Mayor, en condiciones de expresar la fortaleza de esta raza de hombres cálidos y siempre impetuosos.
Y aquí estamos juntos, en un abrazo fraternal, que en nuestra tierra es eterno al escuchar qué han sentido al traducir al wayuunaiki, la obra que ha llevado al mítico pueblo de Macondo a muchos lectores en los más alejados rincones del mundo.
Hay que reconocer la intensa y laboriosa tarea de los traductores, asesores e ilustradores de La Guajira colombiana y venezolana que, en esa habla, es una sola.
Gracias a los traductores, María Margarita Pimienta, Jackeline Romero Epiayú, Edxa Montiel, Jorge Pocaterra, José Ángel Fernández, Luis Beltrán, los asesores Esteban Mosonyi, Nemesio Montiel, Pipo Álvarez, Clotilde Navarro, Justo Pérez y los ilustradores Robinson Arévalo y Guillermo Jayariyú, quienes reflejaron desde el universo Wayuu, la ficción de Cien años de soledad.

Gabriel García Márquez

ELMUNDO.com
El Cultural
Madrid – España
1º de junio de 2012



El Pensamiento de Albert Camus

Por Carlos Fuentes*


Los hombres y mujeres de mi generación leímos ávidamente a dos autores franceses: Albert Camus y Jean-Paul Sartre. Contemporáneos entre sí, representaban para muchos de nosotros una modernidad conflictiva. Acaso Camus era mejor escritor que Sartre, aunque éste nos diese obras como La náusea, Las palabras, los ensayos críticos de Situaciones y el gran estudio sobre Jean Genet, al lado de obras dramáticas que André Malraux consideraba “Teatro de Bulevar” y de libros filosóficos densos. Camus, en cambio, escribió novelas de estilo diáfano (El extranjero, La peste, La caída), obras de teatro discutibles y ensayos extraordinarios (El mito de Sísifo, El hombre rebelde) que lo llevaron a separarse de Sartre, pues mientras éste denunció la invasión de Hungría y al estalinismo, propuso un marxismo “particular” adaptado a la realidad de cada país. Camus, en cambio, desarrolló un pensamiento opuesto a toda “teología totalitaria”, consciente del absurdo humano y de las formas de la rebelión histórica, conduciendo a una reflexión sobre el terrorismo, de gran actualidad. Sartre y Camus: hermanos en la posguerra, enemigos en la guerra fría.

 Subrayo que Camus, ante todo, fue un periodista totalmente inmerso en la reconstrucción de los órganos de opinión pública franceses después de la guerra y de la ocupación nazi. Como director del diario Combat (digno de su nombre) Camus se negó a admitir que la prensa fuese refugio de “literatos reprimidos, filósofos amargados o profesores arrepentidos”. El periodismo no era exilio: era reino, y en el reino de la prensa, lo efímero es lo que definía la condición humana. Los peligros del periodismo, según Camus, eran someterse al poder del dinero, halagar, vulgarizar, mutilar la verdad con pretextos ideológicos: el desprecio al lector.

En cambio, una prensa libre, inteligente y creativa respeta a las personas a las que se dirige y cuando lo hace, es el oficio más hermoso. Le irritaba que alguien pudiese ser periodista y despreciar el oficio. Claro que ser periodista significa hacerse de enemigos. Mas ¿no es esto inevitable en una sociedad de “la malignidad, la denigración y la mentira sistemáticas"? Camus estaba muy cerca de otro premio Nobel de Literatura, François Mauriac, cuando éste declaraba que el periodismo “es el único género al que le conviene la expresión de literatura comprometida”. Y añadía Mauriac que él no separaba el valor literario del valor del compromiso. Para Camus, periodismo era cultura y lo que degrada a la cultura conduce a la servidumbre.
Señalo lo anterior para llegar al tema que obsesionó a Camus y que hoy está en el centro de la preocupación política nacional e internacional: el terror. Aplicado a la política a partir de la Revolución Francesa entre 1793 y 1794, el terror fue visto por Camus como un correlato de la historia. El hombre no nació para la historia, explicó Albert Camus, pero la historia nos impone deberes a los que no podemos negarnos. Uno de ellos es oponernos a quienes creen que poseen, absolutamente, la razón —los dogmáticos— y tratan de imponerla en nombre de la verdad. Pero la verdad, se pregunta Camus, ¿no es “misteriosa, huidiza y debe ser siempre reconquistada”? El pensamiento totalitario dice que no. La verdad ya existe y yo —Iglesia, Estado, empresa, partido— ya la poseo.
¿Y quienes la sufren? Camus toma partido no al servicio de quienes hacen la historia, sino a favor de quienes la sufren. El terrorismo es una forma extrema de dar la muerte y justificarla, conduciendo a las bodas sangrientas del terror y la represión. En nombre de la razón, el terrorismo abdica de la razón, pone la fuerza al servicio del mal hecho a los demás y representa una energía desviada y cruel. El terrorismo mutila a quien comete el acto y también al que lo sufre. Y Camus no obvia la verdad. Puede haber un terrorismo individual, pero también un terrorismo ideológico y religioso y un terrorismo de Estado. Que cada cual se ponga el saco que le convenga. Hay una tensión permanente, nos advierte Camus, entre lo inevitable y lo injustificable. Es posible que el fin justifique los medios, ¿pero quién justifica el fin mismo? Esta gran cuestión política no la resuelve Camus. La plantea. Lo hace, claro, a partir de su condición de escritor-periodista, ensayista, novelista, autor dramático. Capturado —como todos— entre la voluntad de ser moral y todo lo que le impide serlo. Entre las ganas de ser dichoso y la imposibilidad de acceder a una dicha plena.

 Camus recibió el Premio Nobel de Literatura en 1957, a los 44 años, como si Estocolmo previese, apresurada, la breve vida del escritor. Porque su distancia de lo que entonces pasaba por ortodoxia (de derecha o de izquierda) le valió toda suerte de epítetos. Boy scout, moral de la Cruz Roja, escritor edificante, santo sin Dios, experto en coartadas, traficante de opio..., y el elogio-cachetada de su antiguo amigo, ahora enemigo, Sartre: “Camus escribe demasiado bien”.
Camus respondería que no se gana la justicia condenando a varias generaciones a la injusticia. Que existen la belleza y los humillados: ¿cómo serle fiel a ambos? Que más vale no agradar que doblegarse para quedar bien. Que la fama es un entierro prematuro porque niega el futuro y el derecho que todos tenemos de cambiar. Que no importa el tiempo que nos conceda la vida, sino cómo empleamos el tiempo. Y que no nos podemos separar de la historia, pero la podemos enfrentar críticamente.
Muy discutida fue la posición de Camus respecto a su patria natal, Argelia. El autor se ganó severos ataques por recordar que Argelia no era sólo musulmana, que no debía ceder ante los fanáticos y que al cabo era necesario vivir juntos y en paz o morir juntos y en guerra, acentuando la soledad de argelinos y franceses, así como la desgracia de ambos.
Superada por la historia tal disyuntiva, cabría hoy hacer la misma pregunta a israelíes y palestinos, pues la oportunidad de convivir, entender y abandonar el odio y la violencia son opciones constantes de la historia y la historia, nos recordó Albert Camus, es la tensión entre lo inevitable y lo insustituible.

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*(Ciudad de Panamá, 1928 - México, 2012) Narrador y ensayista mexicano, uno de los escritores más importantes de la historia literaria de su país. Figura fundamental del llamado boom de la novela hispanoamericana de los años 60, el núcleo más importante de su narrativa se situó del lado más experimentalista de los autores del grupo y recogió los recursos vanguardistas inaugurados por James Joyce y William Faulkner (pluralidad de puntos de vista, fragmentación cronológica, elipsis, monólogo interior), apoyándose a la vez en un estilo audaz y novedoso que exhibe tanto su perfecto dominio de la más refinada prosa literaria como su profundo conocimiento de los variadísimos registros del habla común. En lo temático, la narrativa de Carlos Fuentes es fundamentalmente una indagación sobre la historia y la identidad mexicana. Su examen del México reciente se centró en las ruinosas consecuencias sociales y morales de la traicionada Revolución de 1910, con especial énfasis en la crítica a la burguesía; su búsqueda de lo mexicano se sumergió en el inconsciente personal y colectivo y lo llevaría, retrocediendo aún más en la historia, al intrincado mundo del mestizaje cultural iniciado con la conquista española.
Datos tomados de: http://www.biografiasyvidas.com/biografia/f/fuentes.htm

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